INTERPRETACIÓN DEL DÚO FINAL DE «LA VALQUIRIA» DE RICHARD WAGNER POR IRENE THEORIN Y RICHARD WAGNER
El extraordinario dúo final de La Valquiria de Richard Wagner lo vamos a ver interpretado por dos grandes: Irene Theorin, Brünnhilde y Bryn Terfel, Wotan. Dirige la orquesta otro maestro, Valery Gergiev.
En este momento de la ópera, tiene lugar el dramático diálogo entre Brünnhilde y Wotan. Brünnhilde es acusada por su padre de haberle traicionado al desobedecer sus órdenes de no proteger a Sigmund, y por ello debe ser castigada.
Brünnhilde, que es la ejecutora de la voluntad de su padre en todo momento, ha sentido piedad por Sigmund, y a pesar de su condición divina, ha cedido ante el dolor de los humanos.
Durante este extensísimo dúo se pueden oir los temas del sueño mágico, del sueño de Brünnhilde, de Siegfried, del amor de Wotan y los dioses entre otros. Es en suma, uno de los pasajes wagnerianos más bellos, y sin duda alguna, el cúlmen de esta extraordinaria ópera que es La Valquiria.
Queremos añadir que durante estos días, Irene Theorin está interpretando el rol de Brünnhilde en el Gran Teatre del Liceu de Barcelona, con un grandísimo éxito.
Esta que sigue es la traducción del texto:
BRUNILDA
¿Fue tan infame
lo que cometí,
que castigas
tan vergonzosamente
mi crimen?
¿Fue tan bajo lo que te hice,
que me humillas
tan profundamente?
¿Fue tan deshonroso
lo que perpetré,
que mi falta
te roba ahora la honra?
¡Oh, di, padre!
Mírame a los ojos:
calma la cólera,
reprime el furor,
y explícame claramente
qué oscura culpa,
con rígida obstinación, te obliga
a repudiar a tu más querida hija.
WOTAN
¡Medita en lo que has hecho;
y ello te explicará tu culpa!
BRUNILDA
Ejecuté
tu orden.
WOTAN
¿Te ordené yo pelear
por el welsungo?
BRUNILDA
Eso me ordenaste
como Señor de las Batallas.
WOTAN
¡Pero después
retiré mi orden!
BRUNILDA
Cuando Fricka
te enajenó el pensamiento,
pues al someterte tú al suyo,
fuiste tu propio enemigo.
WOTAN
Que me habías comprendido,
imaginaba yo,
castigo el desafío consciente:
¡pero tú me juzgaste
cobarde y necio!
¿No debería vengar la traición?
¿Eras demasiado insignificante
para provocar mi cólera?
BRUNILDA
No soy sabia,
pero yo sabía una cosa:
que tú amabas al welsungo.
Yo sabía el dilema
que te obligaba
a olvidar eso completamente.
Tuviste que ver únicamente lo otro,
lo que laceraba tan acerbamente
tu corazón:
tenerle que negar a Siegmund
tu protección.
WOTAN
¿Lo sabías y, no obstante,
osaste protegerle?
BRUNILDA
¡Porque yo sólo tenía
delante de los ojos
tu voluntad inicial,
aquella a la que,
forzado por otros,
debiste renunciar!
La que sigue en el combate
siendo escudo de Wotan,
vio lo que tú no viste:
únicamente veía a Siegmund.
Anunciándole la muerte,
comparecí ante él,
descubrí sus ojos,
oí sus palabras;
percibí la sagrada necesidad
del héroe;
escuché la queja del más bravo:
¡la terrible pena del más libre
de los enamorados,
el desafío del más audaz
de los desdichados!
Resonó en mis oídos,
mis ojos
vieron lo que hondo,
en el pecho,
me hizo temblar el corazón
con sagrado temor.
Tímida y asombrada,
estaba allí,
avergonzada.
En servirle pude
sólo ya pensar:
en compartir con Siegmund
la victoria o la muerte;
¡sólo esto podía yo elegir
como destino!
Por aquel que inspiró ese amor,
íntimamente fiel a la voluntad
que me unió al welsungo,
me opuse a tu orden.
WOTAN
Así, hiciste lo que yo deseaba
hacer de buen grado,
¡eso que la necesidad me obligó
a no hacer!
¿Tan fáciles creías
las delicias del amor?
El dolor me rompía el corazón,
me causaba rabia detener,
para bien de un mundo,
la fuente del amor
en mi corazón torturado.
Mientras me volvía
contra mí mismo,
rabioso por mi impotencia;
mientras encendido
y furioso deseo
despertaba en mí
la terrible voluntad
de enterrar
mi eterna tristeza
entre las ruinas
de mi propio mundo,
tú te confortabas dulcemente
y hallaste celestial consuelo,
te embriagaron los encantos
del amor,
mientras a mí,
mi propio amor divino
me procuraba
tan sólo amarguras.
Déjate guiar, pues,
por tu despreocupado entendimiento;
te has separado de mí.
Tengo que evitarte:
ya no puedo confiar en ti;
separados, no podremos
nunca más obrar
de común acuerdo;
¡mientras te duren
el aliento y la vida,
ya no podrás encontrar al dios!
BRUNILDA
Tal vez no te fue útil
la alocada muchacha
que, asombrada,
no comprendió tu consejo;
mi inteligencia
sólo me aconsejó una cosa:
amar lo que tú amabas…
Si tengo, pues, que separarme de ti
y evitarte, temerosa,
si tienes que dividir
lo antes indivisible,
mantener lejos de ti
a tu propia mitad,
que además te pertenecía por entero,
¡oh, dios, no me olvides!
¡No deshonres a una parte
de tu eternidad,
no quieras que la vergüenza
la ultraje!
¡Tú mismo te hundirías
viéndote objeto de escarnio!
WOTAN
Te sometiste dichosa
al poder del amor:
¡sigue ahora a aquel
al que habrás de amar!
BRUNILDA
Si debo abandonar el Walhalla,
nunca más obrar
y dominar contigo,
obedecer en adelante
al hombre altivo,
no me des en premio
a un jactancioso cobarde.
¡Que no sea indigno
quien me gane!
WOTAN
Te has apartado
del Padre de los Combates:
no puede elegir él por ti.
BRUNILDA
Tú engendraste una noble estirpe,
de ella jamás podrá nacer un cobarde:
el más sagrado héroe,
yo lo sé, florecerá
en el tronco de los welsungos.
WOTAN
¡No hables del tronco
de los welsungos!
Al separarme de ti, me separé de él;
la envidia exigía su aniquilación.
BRUNILDA
Al separarme de ti,
lo he salvado.
Sieglinde cuida
el más sagrado fruto;
entre dolores y penas
como jamás sufrió mujer alguna,
dará a luz
a lo que cobija temerosa.
WOTAN
¡Jamás busques en mí
protección para la mujer
ni para el fruto de su cuerpo!
BRUNILDA
Ella conserva la espada
que hiciste para Siegmund.
WOTAN
¡Y que rompí en pedazos!
No pretendas,
oh virgen,
turbar mi ánimo;
aguarda tu destino;
¡no puedo elegirlo para ti!
Pero ahora
tengo que partir,
marchar lejos;
ya me he detenido demasiado;
me aparto de la descarriada,
no puedo saber
lo que ya desea;
¡sólo quiero ver cumplido
su castigo!
BRUNILDA
¿Qué has ordenado
que yo sufra?
WOTAN
Te sumiré en un profundo sueño;
¡quien despierte a la indefensa,
la hará, al volverla a la vida,
su mujer!
BRUNILDA
Si debo entregarme al sueño,
para ser fácil botín
del más cobarde de los hombres,
al menos
concédeme una cosa,
y te lo pido solemnemente.
¡Protege a la durmiente
con disuasorios temores,
para que sólo un héroe,
libre y sin miedo,
me encuentre un día aquí,
en la roca!
WOTAN
¡Pides demasiado,
demasiada gracia!
BRUNILDA
¡Al menos
tienes que concederme esto!
Aplasta a tu hija,
que abraza tus rodillas;
pisotea a la fiel,
destruye a la virgen,
que tu lanza deshaga su cuerpo,
¡pero no la entregues, cruel,
al más ultrajante oprobio!
¡Manda que arda un fuego!
Que rodee la roca
ardiente llamarada.
Que lama su lengua
y muerdan sus dientes
al cobarde que,
insolente,
se atreva a acercarse
al amedrentador peñasco.
WOTAN
¡Adiós, osada, magnífica niña!
¡Tú, de mi corazón
el más sagrado orgullo!
¡Adiós! ¡Adiós! ¡Adiós!
Si he de evitarte
y no puedo volverte a ver,
recibe, amoroso, mi saludo;
si nunca más debes cabalgar
a mi lado,
ni presentarme la hidromiel
en el banquete,
si he de perderte, a ti,
a la que amo,
riente gozo de mis ojos:
¡que arda un ahora para ti
un fuego nupcial
como jamás ardió
para novia alguna!
Ardiente llama rodee la roca;
con devorador horror
ahuyente al pusilánime:
¡que el cobarde huya de la roca
de Brunilda!
¡Que sólo uno pretenda a esta novia,
uno más libre que yo, el dios!
En estos luminosos ojos
que a menudo yo acaricié sonriente,
recompensado con un beso
tu conducta en el combate,
cuando balbuciente
fluía de tus divinos labios
la loa de los héroes;
estos dos radiantes ojos
que a menudo me iluminaron
durante el ataque,
cuando la esperanza me abrasaba
el corazón,
cuando a las delicias del mundo
aspiraba mi deseo
desde el temor trémulo:
¡por última vez
me solazo hoy en ellos
les doy el último beso del adiós!
Mientras para el hombre afortunado
brilla su propia estrella;
para el desdichado eterno,
la suya debe apagarse.
(toma su cabeza entre las manos)
¡Así se aparta de tu lado el dios,
así te quita con un beso
la divinidad!
!Loge, oye!
¡Dirige tus oídos hacia aquí!
Igual que te encontré
por primera vez, siendo ígneo fuego;
como un día te me escapaste
convertido en errabunda llama,
¡igual que entonces te até,
te ato ahora!
¡Arriba, oscilante llama,
rodea de fuego la roca!
¡Loge! ¡Loge! ¡Ven aquí!
¡Jamás atraviese el fuego
quien tema
la punta de mi lanza!