CREDO DE IAGO (OTELLO) – A RIVEDER LE STELLE, CARLOS ÁLVAREZ
Introducción
En la Gala A riveder le stelle hubo muchos momentos de excelencia vocal e interpretativa. El Credo de Iago de la ópera Otello de Giuseppe Verdi, interpretado por Carlos Álvarez, fue uno de ellos. Nunca me ha gustado decir que tal o cual intérprete es la viva encarnación de un determinado personaje, como si no pudiera tener otro registro. Es cierto que hay cantantes que han interpretado tantas veces un mismo personaje que ya no sabemos donde empieza uno y termina el otro. Sin embargo, y haciendo todas las salvedades, creo que el barítono malagueño ha sabido hacerse con uno de los personajes más difíciles de la historia de la ópera y hacerlo creíble en la justa y precisa medida.
Credo de Iago
A Giuseppe Verdi le interesó muchísimo este personaje, tanto que mientras componía la ópera, ésta tenía el título provisional de Iago. Aparte del comentado interés que hemos dicho, tambié era para diferenciarla del Otello de Gioacchino Rossini. Finalmente optó por dejar el título de la tragedia de Shakespeare en la que él y su libretista Arrigo Boito se habían inspirado.
Texto
Esta es la traducción del texto del Credo de Iago, merece la pena entender todas las palabras.
Creo en un Dios cruel que me creó
a su semejanza, y que nombro con ira.
De la vileza de un germen que me engendró vil.
Soy malvado porque soy hombre;
y siento el barro originario en mí.
¡Sí! ¡Ésta es mi fe!
Creo con firme corazón,
como cree la viudita en el templo,
que el mal que de mí procede,
por mi destino lo cumplo.
Creo que el justo es un histrión burlón,
tanto su rostro como su corazón,
son falsos: lágrimas, besos, miradas, sacrificios y honor.
Y creo al hombre juguete de una inicua suerte
desde el germen de la cuna hasta el gusano de la tumba.
Llega luego la Muerte. Y luego?
La Muerte es la Nada.
¡Eso del cielo es una vieja fábula!
El estilo
El barítono que interpreta el Credo de Iago no ha de transmitir ni un ápice de bondad, ni de arrepentimiento. Ha de resultar siniestro, malvadamente siniestro. Cada una de las palabras han de emitirse como si las mordiera con la rabia que lleva dentro el personaje. Ha de reflejar su carácter tortuoso. Es un aria exenta de belleza, es afilada como un cuchillo y a cada verso parece infligir un corte hiriente en el oyente. El Credo de Iago transpira odio y maldad.
No sé si nos podemos llegar a imaginar lo que debió suponer para el público convencional del siglo XIX oir semejante declaración encima de un escenario.