Pietro Mascagni (Livorno, 7 de diciembre de 1863 – Roma, 2 de Agosto de 1845)
Ruggero Leoncavallo (Nápoles, 23 de abril de 1857 – Montecatini, 9 de agosto de 1919)
La historia de la ópera, en la última década del siglo XIX en Italia, está a punto de dar un paso hacia una de las corrientes que más entusiasmo ha despertado en el público desde entoces: el verismo.
Ya dijimos, cuando hablamos de Verdi, que éste buscaba cada vez más dotar de realismo a sus obras. Verdi lo hizo acomodando las voces a los personajes, profundizando en la psicología de los mismos y liberándose poco a poco de las estructuras rígidas de la scena, iba preparando el camino para un cambio, como ya apuntábamos, y el cambio llegó, y fue el verismo.
Verismo viene de la parabra italiana, vero (verdad), y eso es lo que las óperas veristas quieren poner en primer plano: la verdad, la realidad de la vida y de los sentimientos. Con el verismo desaparecen las insinuaciones veladas, los sentimientos contenidos, todo ha de parecer real. Los personajes lloran, sufren, aman, ríen y mueren como sucede en la vida de cualquier persona. Los ambientes y los argumentos se alejan de los héroes y dioses para concentrarse en seres de carne y hueso y en los entornos reales en que se puedan mover, ya sea un palacio o una buhardilla.
El canto acompaña este acercamiento a la realidad. Evidentemente no hay nada que se parezca a una escena de locura como las veíamos en el romanticismo de Donizetti o Bellini. En el verismo cuando la protagonista, por poner un ejemplo, enloquece o se enfada, lo que hace es gritar que es lo que haría cualquiera de nosotros en un caso así. En el canto verista desaparecen las florituras, los trinados y todo adorno supérfluo. La voz asciende rapidamente al agudo, las frases son cortas y claras. Todo es mucho más simple, mucho más claro y directo en el verismo.
Y Pietro Mascagni y Ruggero Leoncavallo son los primeros compositores que estrenan óperas veristas. Casualmente ambos son autores de dos óperas cortas que casi siempre se suelen representar juntas: Cavalleria rusticana y Pagliacci. Por eso también aquí hablaremos de ambos en el mismo espacio.
Aunque Leoncavallo nació unos años antes que Mascagni, fue este último quien estrenó antes una ópera. Fue Cavalleria rusticana, que ganó el concurso Sonzogno para óperas breves en 1889. Leoncavallo también ganaría este premio, con Pagliacci, aunque hay que decir que lo ganó a pesar de no cumplir exactamente con los requisitos del concurso que exigía que las óperas que se presentaran fueran solamente de un acto. Leoncavallo dividió Pagliacci en dos, y además incluyó un breve prólogo. Pero los encargados de la selección de la editoral Sonzogno tuvieron el acierto de saber ver que en esa ópera había algo suficientemente importante y bueno como para otorgarle el premio. Nos alegramos de que se saltaran las reglas, porque de lo contrario no sabemos si Pagliacci hubiera tenido la importancia que tuvo posteriormente.
En Pagliacci, Leoncavallo utilizó un recurso tipicamente verista: poner el teatro en en teatro, algo que veremos también en obras posteriores y de otros compositores.
El prólogo de Pagliacci es lo que mejor define el verismo. En realidad si hubiéramos puesto solamente esa parte de la ópera y se hubiera escuchado con atención se habrá comprendido perfectamente lo que era esa nueva corriente en la ópera. En él, el personaje de el Prólogo dice:
…
Se puede? ¿Se puede?
Señoras, señores, discúlpenme
si me presento a mí mismo.
Soy el Prólogo.
En escena, otra vez,
las antiguas máscaras
introduce el autor, en parte,
queriendo restaurar la vieja usanza,
y a ustedes me envía, de nuevo.
Pero, no para decirles, como antes:
"¡Las lágrimas que derramamos
son falsas!
¡De los sufrimientos
de nuestros mártires no se alarmen!"
No, no.
El autor, al contrario,
ha intentado aprehender
un trozo natural de la vida.
Su máxima es que el artista
es un hombre y, es para él, como tal,
para quien debe escribir.
Por ello se inspira en la realidad.
Un nido de recuerdos,
en el fondo de su alma,
un día decidió cantar, y,
con lágrimas verdaderas los escribió
y, suspiros y sollozos
le marcaban el compás.
Así, verán amar,
tal como se aman los seres humanos,
verán del odio los tristes frutos.
De dolor, espasmos,
¡gritos de rabia oirán, y cínicas risas!
Y, ustedes, más que nuestros
pobres gabanes de histriones,
nuestras almas consideren,
pues somos hombres y mujeres
de carne y hueso,
y de este huérfano mundo,
como ustedes, respiramos igual aire!
El concepto les he dicho;
ahora, escuchen
cómo se desenvuelve.
(gritando hacia la escena)
¡Vamos! ¡Comenzad!
Ahora lo vamos a oir, interpretado por Ambrogio Maestri (Teatro alla Scala, 2011)
Y el verismo es eso, uno squarcio di vita, un trozo de vida.
Pero Leoncavallo se inspiró en la primera ópera verista que vió la luz, Cavalleria rusticana. Mascagni buscó también un entorno bien concocido por el público como era un pueblo de Sicilia, con sus tradiciones de honor y venganza. Eso es lo que se ve en esta ópera, que se convirtió en el símbolo de la nueva corriente en la historia de la ópera, en contraposición con el estilo verdiano que aún estaba en vigor cuando se estrenó Cavalleria rusticana en 1890.
Si de Pagliacci hemos puesto el principio, de Cavalleria rusticana vamos a ver el final, absolutamente dramático, como es de preveer si estamos hablando de Sicilia, de amor, celos, traición y honor mancillado.
Plácido Domindo es Turiddu, que morirá a manos de Renato Brusson que es Alfio, el marido ofendido.
Es curioso el paralelismo entre estos dos compositores, Mascagni y Leoncavallo. Sus primeras óperas, las dos mencionadas anteriormente, fueron las que les dieron todo el éxito y reconocimento, porque las siguientes no se acercaron ni muchísmimo menos a lograr algo parecido. Mascagni lograría cierto éxito con L’amico Fritz, pero nada comparable al anterior, y Leoncavallo estrenó una Bohème, pero lo hizo un año más tarde que otra ópera con el mismo título viera la luz compuesta por el gran Giacomo Puccini, nuestro siguiente protagonista.